Cuando vamos en primaria, nos enseñan en la escuela que los seres humanos cumplimos con un ciclo de vida en el que nacemos, crecemos y nos reproducimos para luego morir, tal como sucede con muchos otros animales de distintos tipos. Cuánta falta hizo que mencionaran todo lo que conlleva tan solo elegir a alguien con quién pasar el tiempo o cómo es que nos enamoramos de alguna persona en particular y no de otra, o por qué la persona en quien ponemos la mirada no nos la regresa de la misma forma. No es sencillo de explicar todavía porque no hay una fórmula general que nos funcione a todos, ni tenemos si quiera los mismos gustos o los mismos intereses en lo que respecta a la vida afectiva.
Hay quienes dicen que es una cuestión generacional, que las personas que nacieron en las primeras décadas del 1900 tuvieron relaciones más duraderas porque sabían no soltar las cosas tan fácilmente, sino trabajar en ellas y hacerlas crecer a pesar de lo que hubiera sucedido. Ahora se dice entre la gente que las generaciones a partir de los tan famosos millennials temen al compromiso y no cuentan con la madurez para formar una familia.
Ciertamente el tiempo es distinto y el contexto que nos rodea también lo es, sin embargo, la elección y duración de la pareja no depende precisamente del año en que nacimos o nuestros signos zodiacales, y preferimos a veces creer en esto porque es mucho más fácil que realmente hacernos cargo de la parte que nos toca el elegir. La elección de pareja depende de nuestro referente de amor, de nuestra personalidad, de nuestros intereses, de nuestro psiquismo, del lugar en el que nos encontremos en determinado momento y a veces hasta de la casualidad (ya saben, el encontrarse a la amiga de la preparatoria y al primo que siempre te gustó cuando apenas abandonabas la adolescencia). La gente habla de un “click” o, como una amiga me dijo el otro día, de la “chispa” que sientes al conocer a otro, cuando todavía no sabemos quién es ni lo sabe de nosotros, pero hay “un algo” que nos jala hacia determinada persona y nos aleja de algunas otras.
Muchas veces ni siquiera se trata de la otra persona, se trata de nosotros mismos; Anaïs Nin decía algo así como “no vemos las cosas tal como son, las vemos tal como somos nosotros”, y sí, así es. Ese “je ne sais quois” que nos jala como imán al principio, es lo que nosotros estamos depositando en esa persona; nuestras proyecciones, nuestros ideales, las características con las que vamos construyendo una imagen del otro, pero que no es precisamente el otro, entonces nos lo “inventamos” un poquito.
Esa maravillosa etapa de enamoramiento es cuando estamos más implicados por lo que ponemos ahí y lo que queremos ver, aunque después nos vayamos dando cuenta que la persona es completamente distinta a como pensábamos que era. Esto puede ayudarnos a volver a conocer al otro de una forma más real, no solo sus cualidades sino los defectos que le forman parte, las similitudes y las diferencias entre ambos, los intereses, los planes y si es posible que se sostenga la pareja y continúe o no. En cierto sentido, conocemos a nuestra pareja durante toda la vida, de hecho nos reinventamos con ella también, y eso es lo que puede marcar una diferencia importante, la capacidad que tengamos de reinventarnos con el otro.
El amor no se sostiene por sí mismo, a veces después del enamoramiento y del darse cuenta que quieren continuar las cosas, lo que les separa no son dificultades entre ellos como tal, sino los planes que tiene cada uno, si se quiere tener hijos o no, si se quiere vivir en determinado lugar, por cuestiones de trabajo o el famoso “bad timing” que nos ha hecho preguntarnos más de una vez, qué hubiera pasado si nos conociéramos ahora y no cuando no estábamos listos para renunciar a nuestra libertad o a las salidas al antro.
Esa es otra cosa importante, el amar implica ciertas renuncias al narcisismo que nos dan la posibilidad de un intercambio afectivo, no solamente de dar sino también de recibir lo que el otro “nos da”.
Cuántas veces no hemos escuchado que demos sin esperar nada a cambio, pero eso no es del todo posible, por lo menos no aquí. Lo sano es tener reciprocidad, si bien seguir siendo personas distintas, que sea algo mutuo. Al amar, ambas personas están vulnerables, y como alguna vez me lo dijo una amiga psicoanalista al hablar de si el dolor es un precio alto que se paga al conocer personas: “el único precio a pagar (en el amor) es ser vulnerable y que el otro lo sea contigo”.
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Comentarios
Laura Moreno
26 Mayo 20 05:53
Estoy de acuerdo, Es dar, es recibir, es compartir, es dejar y es tomar. El amor propio es lo primero para saber como queremos recibir el amor y como estamos dispuestos a amar. El amor no lastima, sólo lastiman los que no saben amar.
AleBorbolla
26 Mayo 20 05:49
Woooww!! Qué bonita forma de expresarlo me encanto. “SER VULNERABLE Y QUE LO SEAN CONMIGO”. #qnuncasemeolvide Muchas gracias.